Archivar para el mes “septiembre, 2009”

El Deseo

DeseoNo es frecuente que una satisfacción se pose precisamente

sobre el deseo que lo había reclamado

MARCEL PROUST

Nadie discutirá que desear es natural y que el deseo desempeña un papel motor en la vida. Pero no confundamos las aspiraciones profundas que engendra el curso de nuestra existencia con el deseo, que no es sino una sed, una tortura para la mente. El deseo puede adoptar formas infinitamente diversas: podemos desear un vaso de agua fresca, a un ser querido, un momento de paz, la felicidad de los demás; también podemos desear quitarnos la vida. El deseo tanto puede alimentar nuestra existencia como envenenarla.

Puede asimismo hacerse más amplio, libre y profundo para convertirse en una aspiración: llegar a ser una persona mejor, obrar en beeficio de los seres o alcanzar la iluminación espiritual. Es importante establecer una distinción entre el deseo, que es esencialmente una fuerza ciega, y la aspiración, que va precedida de una motivación y de una actitud. Si la motivación es vasta y altruista, peude favorecer las mejores cualidades humanas y los mayores logros. Cuando es limitada y egocéntrica, sólo sirve para alimentar las preocupaciones sin fin de la vida corriente, que suceden como olas desde el nacimiento hasta la muerte y no conllevan ninguna garantía de satisfacción profunda. Cuando es negativa, puede conducir a una destrucción devastadora.

Por natural que sea, el deseo degenera rápidamente en “veneno mental” en cuanto se convierte en sed imeprativa, osesión o apego incontrolable. Semejante deseo resulta tanto más frustrante y aliente cuanto que se encuentra en falso respecto a la realidad.

Cuando estamos obsesionados por una cosa o un ser, la posesión o el disfrute de éstos se vuelve para nosotros una necesidad absoluta, y la avidez es fuente de tormento. Además dicha “posesión” no puede sino ser precaria, momentánea y hallarse constantemente cuestionada. También es ilusoria, en el sentido en que llegamos a tener muy poco control sobre lo que creemos poseer. Como enseñaba el Buda Sakyamuni:

“Presa del deseo, saltas de rama en rama sin encontrar jamás fruto alguno, como un mono en el bosque, de vida en vida sin encontrar jamás paz”.

Los deseos presentan diferentes grados de duración e intensidad. Un deseo menor, como el beber una taza de té o darse una buena ducha caliente, en general se satisface fácilmente y sólo se ve contrariado en condiciones adversas. Está también el deseo de superar un examen, de comprarse un coche o una vivienda, cuya realización puede presentar algunas dificultades, generalmente superables si demostramos perseverancia e ingenio.

Por último, existe un nivel de deseo más fundamental, como el de fundar una familia, ser feliz con el compañero o la compañera elegidos, o ejercer un oficio que a uno le gusta. La realización de este tipo de deseo ocupa mucho tiempo y la calidad de vida que engendra depende de nuestras aspiraciones profundas, de la orientación que deseamos dar a nustra vida: ¿queremos ejercer una actividad que alimente la alegría de vivir, o simplemente “hacer dinero” y alcanzar cierto rango en la sociedad? ¿consideramos una relación de pareja desde la perspectiva de la posesión o de la reciprocidad altruista? Con independencia de cuáles sean nuestras elecciones, siempre y en cualquier ámbito aparece la dinámica del deseo.

En nuestros dias, el deseo es continuamente alimentado y fomentado por la prensa, el cine, la literatura y la publicidad. Nos hace dependientes de la intensidad de nuestras emociones para conducirnos a satisfacciones de breve duración. Por lo demás, no tenemos tiempo de apreciar el alcance de la frustración, pues surgen otras tentaciones; distraídos, posponemos sin cesar el examen y la puesta en práctica de lo que podría aportarnos un sentimiento de plenitud digno de tal nombre. Y la noriacontinuá girando.

En Hong Kong conocí a algunos de estos jóvenes lobos de la Bolsa que duermen tendidos en el suelo del despacho , en un saco de dormir, a fin de poder levantarse a media noche y tener los ordenadores a mano para “pillar” la Bolsa de Nueva York antes del cierre. Ellos también intentan ser felices, pero sin mucho éxito. Uno de ellos me confesó que cuando, una o dos veces al año, se encuentra sentado en pantalones cortos a la orilla del mar, mirando con expresión casi de asombro la belleza del océano, no puede evitar pensar: “¡Qué vida más triste llevo! Pero, de todas formas, el lunes por la mañana vuelvo a ella”. Tal vez sea una falta de sentido de las prioridades. O de valor. O de quedarse en la superficie espejeante de los señuelos sin tomarse tiempo para sentarse unos instantes más en la orilla, para dejar ascender desde el fondo de uno mismo la respuesta a la pregunta: “¿Qué quiero hacer realmente de mi vida?” Una vez encontrada la respuesta, siempre hay tiempo de pensar en su realización. Pero ¿no es trágico obviar la pregunta?.

Extracto del Libro “En defensa de la felicidad”

Matthieu Ricard

Editorial Urano

Un lamentable engaño

Lamentable Engaño

En primer lugar, conseguimos el “yo” y nos apegamos a él.

Después concebimos el “mío” y nos apegamos al mundo material.

Como el agua cautiva de la rueda del molino, giramos en redondo, impotentes.

Rindo homenaje a la compasión que abraza a todos los seres.

CHANDRAKIRTY

Mirando hacia el exterior solidificamos al mundo al proyectar sobre él unos atributos que no le son inherentes. Mirando hacia el interior paralizamos la corriente de la conciencia al imaginar un yo que destaca entre el pasado que ha dejado de existir y un futuro que no existe todavía consideramos establecido el hecho de percibir las cosas tal como son y raramente ponemos esa opinión en duda. Atribuimos de manera espontánea a las cosas y a los seres unas cualidades intrínsecas y pensamos “esto es bonito, aquello es feo” dividimos el mundo entero en “deseable” e “indeseables”, concedemos permanencia a lo que es efímero y percibimos como entidades autónomas lo que en realidad es una red infinita de relaciones que cambian sin cesar.

Si una cosa fuera realmente hermosa y agradable, si esas cualidades le pertenecieran como algo propio, entonces estaría justificado considerarla deseable en todo momento y en todo lugar. Pero ¿existe algo en el mundo que sea universal y unánimamente reconocido como hermoso? Como dice un versículo del Canon Budista: “Para el enamorado de una mujer bella es un objeto de deseo; para el eremita, un motivo de distracción; y para el lobo un buen bocado”. De la misma manera, si un objeto fuera intrínsecamente repugnante todo el mundo tendría buenas razones para apartarse de él. Pero la cosa cambia de forma radical teniendo en cuenta que nos limitamos a atribuir esas cualidades a las cosas y a las personas. En un objeto bonito no hay ninguna cualidad inherente que sea beneficiosa para la mente, ni tampoco hay nada en un objeto feo que pueda serle perjudical.

Así mismo, un ser al que nosotros percibimos hoy como enemigo sin duda es objeto de un gran afecto por parte de otras personas, y quizás algún día establezcamos con él vínculo de amistad.

Reconociendo como si las características fueran indeseables del objeto al que se las adjudicamos y nos apartemos de la realidad y nos vemos metidos en un mecanismo de atracción y repulsión. Constantemente alimentado por nuestras proyecciones mentales. Nuestros conceptos congelan las cosas al convertirlas en entidades artificiales y nosotros perdemos la libertad interior del mismo modo que el agua pierde su fluidez cuando se transforma en hielo.

Extracto del Libro “En defensa de la felicidad”

Matthieu Ricard

Editorial Urano

Comaprtiendo las Ganancias

GananciasSe trataba de un rey muy glotón. Si algo le gustaba más que disfrutar de sus concubinas, era comer. Su palto favorito era el pescado. Pero había una gran sequía y hasta los ríos estaban semi secos y los peces habían muerto. Era muy difícil conseguir pescado para el rey. El monarca no sólo estaba abatido, sino también enfurecideo. ¡Tanto poder suyo y no podía llevarse un pez a la boca! Fijó una recompensa para aquél que le pudiera traer algún pescado. Una mañana, un hombre llegó con una cesta de pescados ante la puerta del palacio.

-¿Qué quieres?- le preguntó en mal tono el jefe de la guardia, un hombre arrogante y despiadado.

-Traigo pescado para su Majestad.

El jefe de la guardia, sin mediar palabra, dio un violento empujón al hombre y le arrojó al suelo.

-¡Pero si traigo pescado para el rey! – alegó el hombre desde el suelo.

-¡Pobre necio!- exclamó con acritud el jefe de la guardia-. Ni un solo paso podrás dar si yo no te lo permito.

-Pero…

-¡Cállate ahora mismo- Tú lo que quieres es la recompensa. Te diré una cosa, mequetrefe. Sólo te dejaré pasar si me das la mitad de la recompensa. De otro modo diré que te arrojen al barranco y mi guardia se deshará de ti.

-Pero me ha costado mucho conseguir este pescado y tengo mujer e hijos en la mayor pobreza y…

Entonces el jefe de la guardia asestó un bofetón en el rostro del hombre.

He dicho la mitad de la recompensa. ¿Lo prometes?

Lo prometo- aseguró el hombre, viendo que no le quedaba otro remedio.Fue llevado hasta el rey. Le entregó el pescado y el rey, muy satisfecho, haciéndosele la boca agua, dijo:

Dad la recompensa a este hombre.

Bueno, bueno- dijo el rey, que ya sólo pensaba en comer el pescado-. Dadle lo que quiera.

Mil latigazos es lo que quiero-dijo el hombre dejando al rey estupefacto.

Pero ¿estás loco?- protestó el monarca. Es la recompensa que exijo: mil latigazos. El rey se encogió en hombros.

Complacedle, pero que sean muy suaves- dijo el monarca.

El hombre se despojó de la chaqueta y comenzó a recibir los latigazos. Eran suaves como caricias. Pero cuando había recibido quinientos  latigazos, dijo:

¡Alto!

¿Qué pasa ahora? Preguntó el monarca, que empezaba a llenarse de ira porque no veía el momento de comerse el pescado.

El jefe de la guardia-dijo el hombre-me ha exigido la mitad de la recompensa. Se la he prometido y no quiero faltar a mi palabra.

El monarca se encolerizó. Hizo llamar al jefe de la guardia, le despojaron de sus vestimentas y le propinaron quinientos azotes muy fuertes

El Sabio Declara:

Como el viento arrastra la cometa, nuestros actos perversos nos arrastrarán hacía el dolor.

Extracto del Libro “Cuentos espirituales del Tíbet

Ramiro A. Calles

Editorial Sirio.

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