Comaprtiendo las Ganancias

GananciasSe trataba de un rey muy glotón. Si algo le gustaba más que disfrutar de sus concubinas, era comer. Su palto favorito era el pescado. Pero había una gran sequía y hasta los ríos estaban semi secos y los peces habían muerto. Era muy difícil conseguir pescado para el rey. El monarca no sólo estaba abatido, sino también enfurecideo. ¡Tanto poder suyo y no podía llevarse un pez a la boca! Fijó una recompensa para aquél que le pudiera traer algún pescado. Una mañana, un hombre llegó con una cesta de pescados ante la puerta del palacio.

-¿Qué quieres?- le preguntó en mal tono el jefe de la guardia, un hombre arrogante y despiadado.

-Traigo pescado para su Majestad.

El jefe de la guardia, sin mediar palabra, dio un violento empujón al hombre y le arrojó al suelo.

-¡Pero si traigo pescado para el rey! – alegó el hombre desde el suelo.

-¡Pobre necio!- exclamó con acritud el jefe de la guardia-. Ni un solo paso podrás dar si yo no te lo permito.

-Pero…

-¡Cállate ahora mismo- Tú lo que quieres es la recompensa. Te diré una cosa, mequetrefe. Sólo te dejaré pasar si me das la mitad de la recompensa. De otro modo diré que te arrojen al barranco y mi guardia se deshará de ti.

-Pero me ha costado mucho conseguir este pescado y tengo mujer e hijos en la mayor pobreza y…

Entonces el jefe de la guardia asestó un bofetón en el rostro del hombre.

He dicho la mitad de la recompensa. ¿Lo prometes?

Lo prometo- aseguró el hombre, viendo que no le quedaba otro remedio.Fue llevado hasta el rey. Le entregó el pescado y el rey, muy satisfecho, haciéndosele la boca agua, dijo:

Dad la recompensa a este hombre.

Bueno, bueno- dijo el rey, que ya sólo pensaba en comer el pescado-. Dadle lo que quiera.

Mil latigazos es lo que quiero-dijo el hombre dejando al rey estupefacto.

Pero ¿estás loco?- protestó el monarca. Es la recompensa que exijo: mil latigazos. El rey se encogió en hombros.

Complacedle, pero que sean muy suaves- dijo el monarca.

El hombre se despojó de la chaqueta y comenzó a recibir los latigazos. Eran suaves como caricias. Pero cuando había recibido quinientos  latigazos, dijo:

¡Alto!

¿Qué pasa ahora? Preguntó el monarca, que empezaba a llenarse de ira porque no veía el momento de comerse el pescado.

El jefe de la guardia-dijo el hombre-me ha exigido la mitad de la recompensa. Se la he prometido y no quiero faltar a mi palabra.

El monarca se encolerizó. Hizo llamar al jefe de la guardia, le despojaron de sus vestimentas y le propinaron quinientos azotes muy fuertes

El Sabio Declara:

Como el viento arrastra la cometa, nuestros actos perversos nos arrastrarán hacía el dolor.

Extracto del Libro “Cuentos espirituales del Tíbet

Ramiro A. Calles

Editorial Sirio.

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