Un lamentable engaño

Lamentable Engaño

En primer lugar, conseguimos el “yo” y nos apegamos a él.

Después concebimos el “mío” y nos apegamos al mundo material.

Como el agua cautiva de la rueda del molino, giramos en redondo, impotentes.

Rindo homenaje a la compasión que abraza a todos los seres.

CHANDRAKIRTY

Mirando hacia el exterior solidificamos al mundo al proyectar sobre él unos atributos que no le son inherentes. Mirando hacia el interior paralizamos la corriente de la conciencia al imaginar un yo que destaca entre el pasado que ha dejado de existir y un futuro que no existe todavía consideramos establecido el hecho de percibir las cosas tal como son y raramente ponemos esa opinión en duda. Atribuimos de manera espontánea a las cosas y a los seres unas cualidades intrínsecas y pensamos “esto es bonito, aquello es feo” dividimos el mundo entero en “deseable” e “indeseables”, concedemos permanencia a lo que es efímero y percibimos como entidades autónomas lo que en realidad es una red infinita de relaciones que cambian sin cesar.

Si una cosa fuera realmente hermosa y agradable, si esas cualidades le pertenecieran como algo propio, entonces estaría justificado considerarla deseable en todo momento y en todo lugar. Pero ¿existe algo en el mundo que sea universal y unánimamente reconocido como hermoso? Como dice un versículo del Canon Budista: “Para el enamorado de una mujer bella es un objeto de deseo; para el eremita, un motivo de distracción; y para el lobo un buen bocado”. De la misma manera, si un objeto fuera intrínsecamente repugnante todo el mundo tendría buenas razones para apartarse de él. Pero la cosa cambia de forma radical teniendo en cuenta que nos limitamos a atribuir esas cualidades a las cosas y a las personas. En un objeto bonito no hay ninguna cualidad inherente que sea beneficiosa para la mente, ni tampoco hay nada en un objeto feo que pueda serle perjudical.

Así mismo, un ser al que nosotros percibimos hoy como enemigo sin duda es objeto de un gran afecto por parte de otras personas, y quizás algún día establezcamos con él vínculo de amistad.

Reconociendo como si las características fueran indeseables del objeto al que se las adjudicamos y nos apartemos de la realidad y nos vemos metidos en un mecanismo de atracción y repulsión. Constantemente alimentado por nuestras proyecciones mentales. Nuestros conceptos congelan las cosas al convertirlas en entidades artificiales y nosotros perdemos la libertad interior del mismo modo que el agua pierde su fluidez cuando se transforma en hielo.

Extracto del Libro “En defensa de la felicidad”

Matthieu Ricard

Editorial Urano

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