El Deseo

DeseoNo es frecuente que una satisfacción se pose precisamente

sobre el deseo que lo había reclamado

MARCEL PROUST

Nadie discutirá que desear es natural y que el deseo desempeña un papel motor en la vida. Pero no confundamos las aspiraciones profundas que engendra el curso de nuestra existencia con el deseo, que no es sino una sed, una tortura para la mente. El deseo puede adoptar formas infinitamente diversas: podemos desear un vaso de agua fresca, a un ser querido, un momento de paz, la felicidad de los demás; también podemos desear quitarnos la vida. El deseo tanto puede alimentar nuestra existencia como envenenarla.

Puede asimismo hacerse más amplio, libre y profundo para convertirse en una aspiración: llegar a ser una persona mejor, obrar en beeficio de los seres o alcanzar la iluminación espiritual. Es importante establecer una distinción entre el deseo, que es esencialmente una fuerza ciega, y la aspiración, que va precedida de una motivación y de una actitud. Si la motivación es vasta y altruista, peude favorecer las mejores cualidades humanas y los mayores logros. Cuando es limitada y egocéntrica, sólo sirve para alimentar las preocupaciones sin fin de la vida corriente, que suceden como olas desde el nacimiento hasta la muerte y no conllevan ninguna garantía de satisfacción profunda. Cuando es negativa, puede conducir a una destrucción devastadora.

Por natural que sea, el deseo degenera rápidamente en “veneno mental” en cuanto se convierte en sed imeprativa, osesión o apego incontrolable. Semejante deseo resulta tanto más frustrante y aliente cuanto que se encuentra en falso respecto a la realidad.

Cuando estamos obsesionados por una cosa o un ser, la posesión o el disfrute de éstos se vuelve para nosotros una necesidad absoluta, y la avidez es fuente de tormento. Además dicha “posesión” no puede sino ser precaria, momentánea y hallarse constantemente cuestionada. También es ilusoria, en el sentido en que llegamos a tener muy poco control sobre lo que creemos poseer. Como enseñaba el Buda Sakyamuni:

“Presa del deseo, saltas de rama en rama sin encontrar jamás fruto alguno, como un mono en el bosque, de vida en vida sin encontrar jamás paz”.

Los deseos presentan diferentes grados de duración e intensidad. Un deseo menor, como el beber una taza de té o darse una buena ducha caliente, en general se satisface fácilmente y sólo se ve contrariado en condiciones adversas. Está también el deseo de superar un examen, de comprarse un coche o una vivienda, cuya realización puede presentar algunas dificultades, generalmente superables si demostramos perseverancia e ingenio.

Por último, existe un nivel de deseo más fundamental, como el de fundar una familia, ser feliz con el compañero o la compañera elegidos, o ejercer un oficio que a uno le gusta. La realización de este tipo de deseo ocupa mucho tiempo y la calidad de vida que engendra depende de nuestras aspiraciones profundas, de la orientación que deseamos dar a nustra vida: ¿queremos ejercer una actividad que alimente la alegría de vivir, o simplemente “hacer dinero” y alcanzar cierto rango en la sociedad? ¿consideramos una relación de pareja desde la perspectiva de la posesión o de la reciprocidad altruista? Con independencia de cuáles sean nuestras elecciones, siempre y en cualquier ámbito aparece la dinámica del deseo.

En nuestros dias, el deseo es continuamente alimentado y fomentado por la prensa, el cine, la literatura y la publicidad. Nos hace dependientes de la intensidad de nuestras emociones para conducirnos a satisfacciones de breve duración. Por lo demás, no tenemos tiempo de apreciar el alcance de la frustración, pues surgen otras tentaciones; distraídos, posponemos sin cesar el examen y la puesta en práctica de lo que podría aportarnos un sentimiento de plenitud digno de tal nombre. Y la noriacontinuá girando.

En Hong Kong conocí a algunos de estos jóvenes lobos de la Bolsa que duermen tendidos en el suelo del despacho , en un saco de dormir, a fin de poder levantarse a media noche y tener los ordenadores a mano para “pillar” la Bolsa de Nueva York antes del cierre. Ellos también intentan ser felices, pero sin mucho éxito. Uno de ellos me confesó que cuando, una o dos veces al año, se encuentra sentado en pantalones cortos a la orilla del mar, mirando con expresión casi de asombro la belleza del océano, no puede evitar pensar: “¡Qué vida más triste llevo! Pero, de todas formas, el lunes por la mañana vuelvo a ella”. Tal vez sea una falta de sentido de las prioridades. O de valor. O de quedarse en la superficie espejeante de los señuelos sin tomarse tiempo para sentarse unos instantes más en la orilla, para dejar ascender desde el fondo de uno mismo la respuesta a la pregunta: “¿Qué quiero hacer realmente de mi vida?” Una vez encontrada la respuesta, siempre hay tiempo de pensar en su realización. Pero ¿no es trágico obviar la pregunta?.

Extracto del Libro “En defensa de la felicidad”

Matthieu Ricard

Editorial Urano

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